El reloj de la cafetera

 Algunas mañanas me levantó con el ánimo descompuesto. No bueno o malo, sólo descompuesto, como el reloj de la cafetera que algunos días sin razón aparente se adelanta y ya no concuerda con el horario que ha tenido todos los días y coincide con el de los relojes, los teléfonos y todo…

Mi ánimo es un reloj de cafetera que se mueve, que se cambia, que a veces se desconecta solo y no siempre da la hora del buen café que se preparó en la mañana. Y no sé porque, es la respuesta que la terapia, el médico o hasta algunas pastillas no han dado.

Ayer fue un buen día y estaba en hora; hoy de primera parecía que ha dado la hora correcta, pero de pronto ha sido claro que se había saltado unos minutos y el café ha estado listo a otra hora, que no era la hora de los relojes ni los ánimos, y es un café que no está mal pero no está bien, porque sigue caliente pero no en tiempo, no en forma, y nadie sabe porque.

Algunos días sólo hace falta que una mano amiga miré la cafetera, corrobore y corrija, que cambie la hora con la paciencia de quien tendrá que presionar un botón hasta 59 veces para cambiar minuto por minuto. Y si todo marcha bien pueden pasar días y semanas sin que vuelva a moverse la hora así, es la ruleta rusa del tiempo y los sentimientos, aunque el café aun sepa a café. Y ojala alguien ajustara mi hora interna y tuviera los 59 clics de paciencia.

 

Mi taza favorita está aquí mientras trabajo, llena a medias con un café más bien tibio, de una cafetera que va ya seis minutos delante de los relojes, y me sabe a lo que siente el ánimo, un desajuste que nadie sabe porque llegó. Un dejo de tristeza que no tiene que ver con el día de ayer se va colando a sorbos hasta los lagrimales sin saber a bien porque… Y hoy me toca ajustar la hora de la cafetera a mí, queriendo que así se arregle todo. Y por alguna razón recuerdo que cuando teníamos cafetera en la oficina, no tenía reloj.

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