Todo lo que necesitas es bailar
Recuerdo la época en que bailaba hawaiano como una de las más felices de mi vida, no toda, claro esta, por que tuvimos altibajos en esos 6 años intermitentes, sobre todo en las temporadas en que nos mudábamos de un sitio a otro. Pero hubo un tiempo en que bailar era lo mejor, en mi mundo giraba y vibraba al ritmo del de Arami y Mariana, mis hula girls.
Recuerdo que bailábamos y había una desconexión del mundo, o una conexión tan intensa que nos permitía fluir y entender, no sabría explicarlo. Recuerdo contarle a ellas cuando me volví becaría Colmex; recuerdo estar por primera vez en público con ellas; recuerdo poder contarles los malos días a ellas; recuerdo que al bailar todo lo demás se disolvía.
Recuerdo... de pronto sólo quedo eso, música y recuerdos, y tardes para ser llenadas, por que bailar no fue para siempre. Y mis mejores días los hubiera querido celebrar bailando, y los malos, desahogarlos. Hasta que extrañar fue parte de la rutina y la costumbre, hasta que me pareció que no iba a bailar más, no sin ellas. Y vino el silencio.
El año pasado fue malo. Para mi fue un mal año. Desde el enrevesado inicio sin escribir ni una línea, potenciado por el desencanto de no entrar a la maestría, hasta la enfermedad que invadió mi cara y bajó mis defensas, mi salud y, sobre todo, mi autoestima a cero total. Fueron sumándose otras desavenencias, no hablarme casi con mi mejor amigo, mi mamá en el hospital, la muerta de la tía Marta, el desastre que se volvió convivir con los otros becarios, y yo llevaba el mismo desencanto amoroso de siempre a cuestas.
Y claro que había quienes mejoraban los malos ratos, y claro que estaban Aurelio o Wendy o Majo o... Pero la moral por lo bajo y la autoestima herida se hacían patentes.
Y cambió el año.
Y entonces llegó Luz, de esa manera tan inesperada e inexplicable que tiene para llegar lo que va a cambiarte la vida. Y entonces me encotnré frente a un tubo de pole dance por primera vez en mi vida, y frente a eso pesaba tanto mi cuerpo y falta de fuerzas como mi miedo; y, sin embargo, algo estaba pasando ya, ahí, en el día uno. Algo extraño que siguió ahí en el día dos y en el tres y el siguiente.
Recuerdo haber tenido miedo y dudas, recuerdo haber sentido que eso era muy poco "yo", pero con más fuerza recuerdo sentir ese algo inexplicable llenando todo. Y de pronto un día, mi miedo pesaba menos. Y de pronto un día comprendí que las mujeres a mi alrededor era valiosas para mi, que las manos que me sostenían en clase, sus manos, eran manos que me iban a sostener siempre, y yo quería hacer lo mismo para ellas. No nos dejaríamos caer.
Recuerdo un día sentir la mano de Belem sobre mi hombre, recuerdo como me decía que respirara y como me impulsaba a que, poco a poco, respiro a respiro, milímetro a milímetro, mi mano subiera a una posición que creía imposible. Y al lograrlo me sentí gloriosa. Y al lograrlo entendí que ellas siempre me ayudarían a ir más alto. Ella y Caro y todas.
De la noche a la mañana todo tenía otro sentido, otro sabor... subir, girar, bajar, saltar, bailar, se lleno de significado. De pronto bailar me daba fuerza y equilibrio. De pronto seguir entrenando me daba seguridad. De pronto estas mujeres en mi vida se volvieron fundamentales.
Y entendí, entiendo ahora, y seguire entendiendo mientras esto siga, que esto me regaló valor y seguridad, que soy una mejor versión de mi para mi, que es justo regalarme equilibrio y sonrisas y confianza y amigas maravillosas, que todo lo malo que tuvo el otro año lo estoy depurando ahora, que no me importa lo que piensan otros, me gusta la persona que soy...
Que no voy a arrastrar conmigo lo que no pueda cargar en el tubo... Y que, para volver a equilibrarme, todo lo que necesitaba era bailar.
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