Segundos
Hablamos poco de lo breves que pueden ser los momentos que cambian la vida. Del segundo o las palabras exactas.
Hace un año exactamente hoy... Y tomo sólo ocho segundos. Un timbrar en el teléfono, una videollamada que desee no haber contestado y ocho segundos.
Y luego pasé semanas dolida y confundida, el siguiente mes fue una paranoia entera, el llanto era una constante, estuve enferma en la oficina y las sesiones de terapia fueron casi dobles.
No digo que fuera todo culpa de los ocho segundos, sino que fueron el desencadenante, sino que fue el tiempo que tomó poner la maquinaria en marcha de algo que ya no sabía que era. Verdad, mentira, engaño... Que duro.
Fue muy breve y me está tomando todo este año (miles y miles de segundos más) procesar y escribir sobre ello. Pero fue exactamente un día como hoy, hace un año... Era viernes, había ido al taller de escritura y regresado a casa a almorzar. Tenía un vestido rojo y expectativas de lo qué iba a hacer esa tarde. Y luego... Tono de videollamada y ocho segundos.
Y no, no voy a hablar específicamente de lo qué pasó, porque es infinitamente privado y a las personas que más amo y en las que más confío ya se los he contado.
Pero si hablaré de lo qué aprendí con ello. De como me obligue a salir de eso, a sentir algo que no fuera confusión, traición y dolor.
Cada que salía a la calle lo hacía acompañada... Mirando a cada esquina sintiéndome vigilada y temiendo chocar con alguien a quien yo no conocía pero por alguna razón sí sabía quién era yo que iba a confrontarme... ¿A confrontarme de qué?... Y un mes de paranoia me obligó a aprender que yo no había hecho nada malo, que yo no le debía explicaciones a nadie, sino que me las debían a mi.
Aprendí lo que ya sabía, tenía la red de apoyo, los que vieron mis confusas señales de humo y acudieron a mi auxilio de nuevo. Los que me escucharon en la primera lluvia de llanto y explicaciones, los que oyeron la historia más procesada, los que dijeron "aquí estoy" aunque no supieran ni qué. Y mi miedo fue menos miedo porque fue acompañado. Y ni dolor fue pasando porque se me permitió llorarlo.
Sobre la marcha aún aprendo a hablar y preguntar, con dudas aún a veces aprendo a reconstruir pero no sobre las ruinas, a tener las charlas difíciles, aún si me cuesta demasiado, y a seguir pidiendo ayuda aún sea con mis confusas señales de humo.
Y aprendí, por Gaby y por Gil, que no hay buenas o malas decisiones en esto, sino consecuencias de todos los colores... Y que las asumo en función de mis decisiones, no de los otros.
A un año, quiero creer que esos ocho segundos que revolucionaron y rompieron me dieron aprendizajes, que renací de esas cenizas en otros millones de segundos mejores.
Comentarios
Publicar un comentario